Tras la muerte de César, Roma se vio sumida en una nueva pugna por el poder. Los principales contrincantes fueron Marco Antonio, el general en quien más confiaba César en la Galia, y Octavio, el sobrino nieto de César y su hijo adoptivo.
Después del asesinato de César, Marco Antonio pronunció su famosa oración fúnebre, muy conocida gracias a Shakespeare y que comenzaba: “amigos, romanos y paisanos, prestadme oído”. Antonio y Octavio se vieron obligados a compartir el poder y el Imperio quedó dividido entre ellos.
Pero la rivalidad continuó y se desembocó en una batalla naval en Actium, en el año 31 antes de Cristo. Octavio consiguió una gran victoria, lo que le convirtió en el amo indiscutible del Estado romano.
Un romance trágico
Marco Antonio había conocido a Cleopatra cuando ésta se encontró viviendo en Roma con César, y el año 34 a. C. se unió con ella, en parte por su atractivo personal, pero también por las grandes riquezas y los ejércitos egipcios con que contaba.
Aunque reina de Egipto, Cleopatra era realmente una griega macedónica, descendiente directa de Ptolomeo, uno de los generales de Alejandro Magno. Sus monedas no la muestran como la gran beldad que podríamos suponer, sino que vemos una mujer bastante nariguda y de enérgico mentón.
Cleopatra había unido contra Octavio sus fuerzas con las de Marco Antonio, con la ambición de llegar a ser emperatriz romana. Luego de su derrota en Actium regresaron los dos a Egipto y se suicidaron allí. Marco Antonio se mató con la espada y Cleopatra se supone que haciéndose morder por una serpiente.
Monedas de la época
Entre las monedas de esta época que han llegado a nuestros días destacan, entre otras, los denarios de los años 32-31 a. C. acuñados para pagar a las tropas de Marco Antonio, en cuyo anverso se muestra una galera como homenaje al poderío naval de Antonio. Asimismo, el reverso de cada moneda mencionaba en la inscripción el número de una legión, desde la LEG I a la LEG XIX.
También a este período corresponden los tetradracmas egipcios en los que aparece la célebre Cleopatra (69-30 a. C.). Plutarco, el biógrafo griego, escribió que su belleza no era incomparable por sí misma y que ni siquiera llamaba la atención del que la veía, pero que la reina tenía un irresistible encanto personal, un porte elegante y una cautivadora conversación, valores que obviamente no se refleja en estas monedas, al contrario que su nariz, más bien larga, y su fuerte barbilla.